Con la activa histeria de las gaviotas dominicanas, el chasquido seco de sus patas y los quejidos lejanos del silbido de los pingüinos, se recibe la mañana en una zona de la Antártida bastante solitaria y de la que, por ahora, omitiremos el nombre aprovechando que pocos la han oído mencionar, basta con saber que es un hermoso lugar.
Entre las corrientes de viento puro y frío, capaz de
congelar huesos, el nítido cielo azul y el brillo transparentoso de los grumos
de hielo, se observa a lo lejos una colonia de pingüinos que se dedican a
compartir entre ellos. Son cerca de 10 aves marinas las que están reunidas,
pero al alzar la mirada un poco más al oeste está Trwoskie.
A este pequeñín de 13 meses le gusta salir a caminar
completamente solo, es decir, solo con su compañía y, al observarlo un poco, me
puedo dar cuenta de que tal vez y solo tal vez tiene una única razón para
hacerlo y es que se siente diferente a los demás integrantes de su manada, o
bueno, quizás solo cree que ellos son los diferentes y se niegue a ser muy como los demás.
Trwoskie camina sin rumbo fijo, simplemente se deja llevar
por sus pensamientos, los deseos de su corazón y, al parecer, ni cae en cuenta
que está caminando; me pregunto ¿qué le pasa por la mente al dar cada paso?
Ha pasado aproximadamente una hora o un poco más y él se ha
alejado tanto que al mirar al frente, por alguna extraña razón, siente un poco
de temor y al volver la mirada hacia el camino recorrido solo ve el horizonte y un paisaje completamente blanco
hielo.
El viento ahora sopla con menos fuerza y Trwoskie, aun que
confundido, continua caminando, no sabe por qué ni en busca de qué, simplemente
lo que hay en frente se torna interesante y, aunque es consciente de que puede
ser peligroso, decide descubrirlo.
Es un paisaje nunca antes visto donde se derrite la nieve,
los caminos pasan del exceso de nieve al exceso de arboles, pavimento y calles.
De repente, Trwoskie se da cuenta que él y su manada no son los únicos que
habitan el mundo. Las extrañas criaturas
que allí se encuentran son completamente diferentes a aquellos con los que él
convive y es justamente ese detalle el que capta su atención y lo incita a
seguir con el recorrido, mismo que se había convertido en otra de sus locas y
solitarias aventuras.
El pequeño pingüino se adentra en aquel lugar; al instante,
comienza a sentir el peso de de la mirada de todos esos personajes sobre él y,
en determinado momento, se siente atrapado por ellos. Trwoskie se llena de
miedo, pues teme que puedan atacarlo,
pero sin más, hace un terrible quiño mientras mueve sus alas y queda en la posición
correcta para pasar despavorido entre todos los presentes.
Al ver su valentía y partiendo de que habitamos un mundo
altamente civilizado y que ama a los
animales, esas extrañas criaturas llamadas personas deciden ayudar a Trwoskie a
volver a casa.
La tarde ha caído y el cielo se encuentra completamente
oscuro; para fortuna de todos, en aquel alto e inalcanzable lugar la luna
brilla radiante y les ilumina el camino a Trwoskie y sus nuevos amigos. Al
llegar al cabo de Ross, la pequeña ave se despide de los humanos y continúa su
camino hasta su colonia y camina entre ellos intentando no molestar a los demás
pingüinos que dormían.
Pasado un rato pensando, se acuesta a un lado de un grumo de
hielo y, con ganas de no creérselo, se da cuenta que ahora está en el mismo
lugar, con las mismas criaturas a las que pertenece y teniendo la misma conversación
consigo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario